
Dicen todas las entrevistas que Phelps es un chaval normal, que come pizzas, juega al Risk, vive con otros cuatro nadadores, desestimó la idea de irse a un hotel porque prefiere estar concentrado en la Villa Olímpica, y las únicas atenciones que requiere sobre los demás, son sus tres horas de siesta (qué ojalá pudiera echármelas yo) y unas barritas energéticas para cubrir lo que gasta cuando entrena. Sonríe como un niño pequeño y celebra las cosas como cualquier otro de los mortales, más allá de divinismos y estridencias. Vamos, que parece una persona normal.
Todo eso se contrapone a la imagen sobrenatural que proyecta cuando nada, el 'miedo' que imprime hacia los demás, el saber que no se le puede ganar porque sus características naturales y sus cualidades físicas le otorgan un poder al que, por ahora, nadie se puede acercar y la admiración de todos los que le observamos con incredulidad.
Por eso esta foto me ha parecido que se acerca a la verdadera potencia que el de Baltimore imprime cada vez que se mete en una piscina (que a mi, me fascina)
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