martes, 30 de diciembre de 2008

Un obispo muerde a un perro

Acostumbrarse a la tragedia y a la desgracia tiene una consecuencia igual o más grave que el desastre que supone ésta en sí misma: no provocar impacto y, por lo tanto, despreocuparse de ella. La noticia deja de ser noticiosa, carece de interés. Esa falta de interés conlleva, a su vez, que olvidemos el problema. Cuando esto ocurre, los afectados son invisibles y, por ende, olvidados de la sociedad.
Hemos conseguido poder seguir comiendo mientras en los telediarios nos muestran imágenes de niños negros afectados de paludismo con moscas en la boca. Hemos conseguido seguir tomando el postre mientras una madre se lamenta por la muerte de su hijo en un bombardeo en la franja de Gaza. Hemos conseguido seguir haciendo nuestra vida diaria cuando leemos por la mañana que desde el día de Nochebuena seis mujeres han sido asesinadas por violencia de género. Hemos conseguido que haya ciertas noticias que dejen de impactarnos, que dejen de ser noticiosas porque nos hemos acostumbrado a ellas. M.J de Larra decía que la noticia no era que un perro mordiera a un obispo, sino que un obispo mordiera a un perro.
Quizás con los dos primeros ejemplos se juegue con algo clave: la distancia. La lejanía nos provoca cierto grado de despreocupación. Nos es más fácil pensar que no podemos hacer nada, que no está en nuestras manos. Es complicado, pero es un argumento que puede servir (para lavarnos las conciencias, eso sí). Pero... ¿y lo de que el del 5º haya matado a su mujer la pasada noche?, ¿que la señora del bloque de enfrente esté siempre llena de moretones? Esto no nos pilla tan lejos.
Igual, la noticia está en que una mujer mate a su marido harta de tanto golpe, harta de tanta humillación. Entonces, como decía Larra, eso será noticia.

lunes, 29 de diciembre de 2008

El tío de mi abuela

Al poco de que mi abuela naciera se murió su pdare y dejó a cargo de mi bisabuela a cuatro niños de entre 2 y 10 años. Mi abuela vivía en un pueblecito de Zamora y su madre, y toda la gente del pueblo, se dedicaba a trabajar en el campo. Para poder sacar a aquella familia adelante el hermano de mi bisabuela, el abuelo Quico, se hizo cargo de los niños y crió a sus sobrinos como si de sus propios hijos se tratase, siendo así como le considera mi abuela en la actualidad. Formaron una familia.
Ayer, domingo, en la madrileña, variopinta y tradicional Plaza de Colón, desde hace algunos años lugar de reunión de un sector conservador de esta España mía, esta España nuestra, se congregaron un número de fieles para reivindicar su derecho a crear familias 'tradicionales'. Convocados por la iglesia católica, los feligreses cristianos manifestarosn su derecho a crear 'familias tradicionales y normales' (transcribo las palabras textuales de uno de estos fieles que anoche salieron en el telediario 2 de Telecinco).
A mi me parece fenomenal que estas personas quieran hacer pública su manera de entender las familias, su forma de ver el mundo... siempre y cuando no ataquen a los demás.
Decían algunos de los sujetos que anoche salían entrevistados, que ellos eran 'gente normal, que tenía vidas normales', cosa que creo nadie ha puesto en duda. Nadie ha dicho que tener un papá, una mamá y sus hijitos sea no normal o anormal. El problema está en que estas asociaciones por la 'familia' sí que han calificado de 'fuera de lo normal' a las nuevas entidades familiares.
A ver cómo le explico yo ahora a mi abuela, que su familia por no tener un papá, sino un tío que se comportó como un papá no era una familia, sino que tiene otro nombre y que ahora es la iglesia católica, apostólica y romana y sus feligreses reivindicativos (quién les ha visto y quién les ve) son los que le van a decir cómo se llamaba aquello.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Luces, luces, luces...

Quiero pedir perdón a los pocos (o muchos, quién sabe) seguidores de este blog, porque llevo un tiempo que lo tengo medio olvidado. Bien porque las musas no me dejan pensar (qué fácil es echar la culpa a otros), bien porque estoy un poco vaga... bien porque no encuentro demasiadas cosas que me merezcan la pena comentar.
Es más de lo mismo: más violencia doméstica (esta mañana escucho que otro hombre ha vuelto a matar a otra mujer); más muertos en las carreteras (esta mañana escucho que un hombre conducía borracho con su hija en el regazo!!!), más muertes en la franja de Gaza; más secuestros por los piratas somalíes... más de lo mismo. Ya me quedo sin ganas, tú sabes...


Pero el caso es que hay cosas que se dicen o se revienta.


A mi la Navidad... pues bueno, bien. Es mi cumple, pues me gusta; con un poco de suerte se pillan vacaciones, este año no; y hay mucha gente por la calle, personalmente me toca las narices pero a mi abuela le gusta eso de ver gentío. Y se adorna la ciudad, Madrid en mi caso, y se ponen los motivos más horteras que al Ayuntamiento le parece (este año se salvan los de las Plazas de Chueca... en lo que a mi respecta, claro). Y luces, luces, luces y más luces... y más luces, más luces y más luces...

Que ya de lo del gasto energético, la contaminación y del cambio climático no voy a hablar... porque ya ha pasado de moda... pero y esto de... como se llamaba... ¿crisis?... ah! no! que para esto no vale...

martes, 16 de diciembre de 2008

Pasión

La primera acepción que la RAE ofrece de la palabra Pasión es 'Acción de padecer'.
Pese a que está, en principio, alejada de lo que yo pensaba que sería su primera definición, 'Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona'- esta aparece en sexto lugar- pensándolo detenidamente, el significado es más cercano de lo que nunca hubiera imaginado.
La pasión te lleva a perder el control, a salirte de las órbitas, a actuar sin razonamiento ni talento alguno; a actuar conforme a unos sentimientos alejados del logos y casi siempre equivocados en su resolución final. En conclusión: lo único que consigues es padecer. Padecer todas las consecuencias de haber actuado sin control ni conciencia sobre lo que estabas llevando a cabo. Padecer todas las insensateces dichas, hechas y pensadas. Padecer, al final, la ira de unos sentimientos que se salen del control debido a cierta debilidad racional (o a la tocada de narices del entorno).
Sin embargo, me es complicado no actuar con pasión, no padecer sobre las cosas que hago. Como dice Houllebecq, 'se lo que es el amor porque he conocido el sufrimiento'. La mejor manera de amar es haciéndolo con pasión, eso sí: se sufrirá seguro.