martes, 30 de diciembre de 2008

Un obispo muerde a un perro

Acostumbrarse a la tragedia y a la desgracia tiene una consecuencia igual o más grave que el desastre que supone ésta en sí misma: no provocar impacto y, por lo tanto, despreocuparse de ella. La noticia deja de ser noticiosa, carece de interés. Esa falta de interés conlleva, a su vez, que olvidemos el problema. Cuando esto ocurre, los afectados son invisibles y, por ende, olvidados de la sociedad.
Hemos conseguido poder seguir comiendo mientras en los telediarios nos muestran imágenes de niños negros afectados de paludismo con moscas en la boca. Hemos conseguido seguir tomando el postre mientras una madre se lamenta por la muerte de su hijo en un bombardeo en la franja de Gaza. Hemos conseguido seguir haciendo nuestra vida diaria cuando leemos por la mañana que desde el día de Nochebuena seis mujeres han sido asesinadas por violencia de género. Hemos conseguido que haya ciertas noticias que dejen de impactarnos, que dejen de ser noticiosas porque nos hemos acostumbrado a ellas. M.J de Larra decía que la noticia no era que un perro mordiera a un obispo, sino que un obispo mordiera a un perro.
Quizás con los dos primeros ejemplos se juegue con algo clave: la distancia. La lejanía nos provoca cierto grado de despreocupación. Nos es más fácil pensar que no podemos hacer nada, que no está en nuestras manos. Es complicado, pero es un argumento que puede servir (para lavarnos las conciencias, eso sí). Pero... ¿y lo de que el del 5º haya matado a su mujer la pasada noche?, ¿que la señora del bloque de enfrente esté siempre llena de moretones? Esto no nos pilla tan lejos.
Igual, la noticia está en que una mujer mate a su marido harta de tanto golpe, harta de tanta humillación. Entonces, como decía Larra, eso será noticia.