lunes, 6 de octubre de 2008

Tocar las narices

Cada día me voy dando cuenta de que cada vez hay más gente que se entretiene, que es feliz, jodiendo al prójimo... y si no es al prójimo es al que se sienta al lado, que para el caso, en el día a día laboral, es lo mismo.
Se caracterizan, en su inmensa mayoría, por un rictus y color de piel que denota su falta de ganas de ser feliz, su amargamiento perenne y el consumo continuo de judías verdes y colifror cocida (porque eso no le puede sentar bien a nadie).
Se marcan una rutina diaria, que no se saltan a menos que una situación más que excepcional lo requiera, y cualquier atropello que vulnere esa linealidad lo toman como un ataque personal a su persona y a la profesionalidad que muestran al entorno (digo 'muestran' porque en la inmensa mayoría de los casos sólo es una fachada).
Estos elementos esbozan, de vez en cuando, una risa perniciosa para la aurícula del resto, y utilizan esa carcajada como forma de soterramiento a la maldad que supuran sus entrañas y la lengua viperina que guardan tras unos dientes afilados.
Por cierta experiencia personal, se recomienda alejarse, de estos 'trabajadores nocivos' (me ha dicho un amigo experto en la materia, que este término está aceptado por la comunidad científica) y relegarlos al ostracismo y la soledad de su puesto de trabajo...
Eso... o darles cuatro voces, mandarles a la mierda y terminar con la tontería, que ya estoy harta de soportar a diario a este tipo de elementos que usan como modo de entretenimiento tocarle las narices al personal, en lugar de leer dos o tres periódicos on-line como hacemos todo el mundo. Coño.

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