miércoles, 23 de julio de 2008

Despertarme

Despacito, sin ninguna gana y deseando que vuelva la oscuridad, parpadeo mientras las pestañas me dejan entrever las primeras briznas de claridad que se cuelan por la ventana. Cierro los ojos de nuevo. Vuelvo a imaginar que aún me esperan dos, o tres, horas más entre las sábanas de esa cama que algunas noches se me queda demasiado grande. Son cinco minutos que me saben a gloria.
Intento subir el párpado hasta conseguir tener los ojos abiertos del todo. Hasta poder percibir toda la claridad que llena el blanco de mi habitación y, por extensión, me llena a mí. Todo se vuelve a oscurecer. Un ritual que se repite cada mañana, independientemente de la hora a la que suene el despertador... pero hoy no ha sonado.
Escucho una puerta que se cierra, abro los ojos de golpe, miro la hora y ya voy tarde.
No hay tiempo para rituales absurdos. En media hora estoy saliendo de casa, pero ni siquiera el agua de la ducha ha conseguido que focalice sobre cualquiera de los elementos que tengo a mi alrededor. Así, el metro se convierte en mi particular cama donde, por fin, puedo llevar a cabo mis ceremonias mañaneras.

No hay comentarios: