lunes, 9 de junio de 2008

Qué pasa

Con las piernas cruzadas, apoyado en un banco, no deja que nadie se le escape.
Estará esperándote un rato, y eso le pone muy nervioso, con lo que termina liándose un cigarrillo para hacer los minutos más llevaderos. Saca el papel y lo engancha en el revoltijo de pulseras que le caen sobre la muñeca; vierte las hebras del tabaco sobre la palma de la mano y coloca el papel encima. Saca una boquilla. Lia el cigarro. Coloca la boquilla y corta el papel que le sobra. Un ritual estudiado, pormenorizado, que tiene los antecedentes en una adolescencia rebelde que se acompañaba de horas de césped y risas provocadas. Se lo acerca a la boca despacio, y lo mantiene un rato, lo inhala, lo disfruta. Vuelve a olvidarlo entre los dedos y ahí se apaga, mientras gesticula, mientras habla por teléfono, mientras piropea a alguien. Mientras se deja perder entre la multitud.
Intentando mostrar un estilo descuidado, coordinado por casualidad, sin haberle prestado a penas atención, deja ver en realidad una minuciosa elección de cada uno de los elementos de los que su vestimenta se compone. Se la juega entre los aires madrileños y las pretensiones de ese norte que tanto adora. La camiseta, roja o negra depende del día, le cae sobre los hombros. Más grande de la que debería utilizar perfila, sin embargo, los brazos, el pecho y la cintura. Los pantalones, muy por encima de la talla que necesita, caen por debajo de las caderas para mostrar así las bondades de esa zona donde la espalda pierde su honrado nombre. Gracias a esto, podemos ver todo tipo de calzoncillos para deleite y escándalo de propias y ajenas. Las zapatillas, de modelos impensables, siempre con el velcro desabrochado, parecen salírsele de los pies.
Se estira, mira hacia arriba, hacia abajo. No tiene paciencia. Se saca un anillo, se aprieta uno de los pendientes de la oreja... se coloca el pendiente de la nariz... se quita una pulsera, se la vuelve a poner... está intranquilo. Una lata de cerveza le hace la espera más llevadera... eso y 'el cambio de acera de las caderas' que se pasean por delante de él.
Por fin bajas, y ahora él habla por teléfono. Te acercas, le miras, te sonríe, te hace que le sujetes la lata de cerveza mientras apunta algo en un papel que saca de tu bolso. Ahora esperas tú. Cuelga, te mira y acaba sonriendo mientras refunfuña por todo lo que has tardado de más, porque 'podrías haberle avisado de que ibas a salir más tarde'. Te echa el brazo por encima del hombro, te ofrece cerveza pese a que sabe que no te gusta. Le agarras la barba, le estiras de la oreja y, mientras te susurra en el oído lo despeinada que estás, te envuleve en su aroma de tabaco y colonia para bebés. Bajais la calle, tú a trompicones porque esa postura en la que te lleva no es cómoda para ti, buscando un sitio para cenar y él sólo te pregunta:
- qué pasa?
Y tú, tranquila, despreocupada porque ya estás bajo sus brazos, sólo puedes responder 'nada, todo bien'.

Al cabo de un rato, justo antes de entrar al bar en que el vais a comer algo, te coge del brazo, te gira y, sin esperártelo, te besa. Por todo eso estás enamorada de él.

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