jueves, 26 de marzo de 2009

Taconeando

A medida que se acerca por el pasillo se va oyendo el tac-tac-tac-tac de sus tacones de 12 centímentros. Tacones anchos y de charol negro. Los zapatos, tienen la puntera redondita, de los que se llevan ahora, y son cómodos porque tienen una plataforma de 3 centímetros así, se los puede poner a diario. Camina con pasos firmes, amplios para avanzar deprisa, sin temblar y haciendo que los ecos resuenen en todas las salas.
La falda negra, de tubo hasta las rodilla, es de cinturilla alta, y le marca, así, las sinuosas curvas que definen su cuerpo y que embelesan a cualquiera... por culpa de ese cambio de acera de sus caderas. Una camisa gris, abotonada hasta justo el borde del escote deja intuir cualquier pensamiento más allá de lo decente. El pelo suelto, largo por debajo de los hombros, muestra la seguridad que tiene al moverlo, al mostrarlo como carta de presentación al interlocutor que se atreve a ponerse delante de ella.
Mira a lo ojos, de frente, aparentemente sin miedo a pestañear, a bajar la mirada y dejar ver más de lo que quiere mostrar en el realidad. Sonríe, se sienta firme, con los brazos encima de la mesa y la espada erguida. No tiembla, no tartamudea y su voz, grave pero suave, se escucha por encima de la de los demás.
Y sin embargo, no deja de sacarse y ponerse el anillo cuando cree que nadie le está mirando...

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