lunes, 10 de mayo de 2010

Un chándal de Carrefour

Hace dos semanas volvía a casa en el metro a esa hora en la que la gente que pasa de los 30 vuelve a casa sin haber salido; los que no llegan a los 30 están llegando a los bares y en la que no llegan a los 20 comen gominolas para que sus madres no sepan que ya andan con algunos cigarrillos y que el botellón no está tan erradicado como ellas creen.
Pues eso, que ni una cosa ni la otra pero llegaba yo a casa a eso de las 11 y pico de la noche cuando se montaron en el metro dos chicas y un chico que yo creo que rondarían los 17-19 años. Un poco 'piripis' y muy contentos. Haciendo esas cosas que con 17 años no te dan vergüenza, quieres que todo el vagón te mire y que, además, eres súpermaduro y lo haces sólo por transgredir. Qué divertido, joder.
Dos chicas y un chico, del extrarradio, por la dirección que llevaban. Ellas, aparentemente, heterosexuales. Él, gay declarado. Sin ningún púdor. En chándal. Gris y naranja. Con alianza chunga de oro en uno de los dedos. Y cadenita de la primera comunión al cuello. Y sin ningún reparo. Haciendo gracias, riéndose y sin más. Hablando de las tonterías que se hablan con 17 años cuando llegas a casa intentando disimular y haciéndote el gracioso (y en realidad lo era).
Y a mi me hizo gracia porque era la primera vez que me encontraba con un chico gay de 17 años que no vivía en Chueca, o había salido del pueblo para ver mundo y estaba descubriendo todo, ni era un 'moderno-modernoso'. Por fin era un chico de barrio, sin pretensiones de nada que llevaba un chándal y que su estética no pretendía aparentar ni determinar nada. Me gustó porque ese chico me confirmó que, por fin, en Madrid, parece que las cosas se están normalizando. Que parece, que por fin, no hace falta un Día del Orgullo de nada.
Y que el chándal, no hacía falta que fuera de Puma o de Adidas. Con que se lo hubiera comprado en Carrefour, era suficiente.

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