martes, 15 de diciembre de 2009

Malos pensamientos

Nos sentimos culpables cuando tenemos malos pensamientos que socialmente no están bien aceptados. Pensar que Hitler, Berlusconi o Chávez son unos capullos con pintas está muy bien y no te sientes mal por ello, pero cuando de repente te da por pensar que igual John Lennon era un poco cabrón porque dicen las malas lenguas que alguna torta que otra le cayó a Yoko Ono, parece que ya no está tan bien decirlo en público.

¿Por qué nos avergonzamos de los malos pensamientos? ¿No es lícito pensar mal sobre algo/alguien que a vista de todos los demás, e incluso de la tuya, no es tan bueno/maravilloso/bondadoso y noble como parece? Supongo que sí que lo es, que es igual de válido y de aceptable, sin embargo provoca cierto miedo- sobre todo para uno mismo- verbalizarlo porque la postura que los demás puedan mostrar hacia ti ya no es la misma. Eso, además de la mala conciencia que recae sobre uno. Ese invento cristiano que nos jode la vida a los demás pero que parece que a los obispos irlandeses le ha venido dando igual desde hace largo. Una putada, vaya.

La postura más cómoda es dejarlo pasar de largo hasta que casi seamos capaces de olvidarlo y cerrarlo en algún cajón de nuestro cerebro, echarle la llave y como dicen los cuentos ‘colorín colorado este cuento se ha acabado’. Pero ¿ y si se escapa? ¿y si le da por salir de vez en cuando y el mal pensamiento- que tú crees que no lo es, simplemente es una percepción diferente de la realidad- no deja de pasearse por toda tu cabeza cada vez que tiene oportunidad? Pues eso, es una putada.

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